Todos los que hemos ido alguna vez al Bernabéu sabemos cómo se las gasta esa particular especie de aficionado que padece el Real Madrid: el pipero.
Critica con espuma en la boca (pipas mediante) y grandes aspavientos (si la bolsa lo permite) al mismo jugador que cinco minutos antes (a veces, menos) ha sido objeto de tremendas alabanzas, sin que haya mediado nada más que su propia desvergüenza o una pipa en mal estado. Aunque la mayor parte de su tiempo la pasa pipeando con el de al lado; los dos valoran la misma jugada a la que apenas han prestado atención y te observan como a un cuerpo extraño si tienes la osadía de vivir el partido como lo que es: una pasión que exteriorizas animando a tu equipo a conseguir el objetivo final de este deporte-espectáculo llamado fútbol: la victoria sobre el adversario.
Y así trascurre el encuentro, mientras los madridistas de provincias (entiéndase en el sentido de la asiduidad) miramos con indisimulada desesperanza la grada sur, a la que nos prometemos ir en nuestra próxima visita, así sea por no molestar a nuestro singular vecino, que sólo sale de su letargo si toca remontada. Entonces sí puede uno comportarse como un vulgar supporter y no es descartable que te encuentres siendo abrazado por una banda de piperos que, emocionados tras un chicharro del Real, se olvidan de sus bolsas y escupen los cascos que les quedan en la boca, mientras tus sentimientos se encuentran entre el deseo de una pipa atragantada en la garganta de semejante sujeto y una sincera emoción por el regreso del hermano pródigo.
Efectivamente, este inefable personaje no es exclusivo del Bernabéu, pero sí del madridismo como tal. Así, todos tenemos un pariente, amigo o conocido que habita en este limbo de masoquistas y listillos a partes iguales, gente que considera al común como un vulgar fanático aunque él mismo carezca de ningún tipo de argumento, ni racional ni emocional, para sus sonrojantes diatribas, para su espectacular hipocresía.
Son, generalicemos, seguidores del tan brillante como deshonesto Segurola, y le ríen las gracias a ese escalador a tiempo parcial llamado Roberto Palomar, pero creen que Enrique Ortego sólo sabe dibujar flechas. Durante la histórica Liga de la remontada, entre gol y gol vociferaban contra Capello; ahora, les escuchas que es, ahí es nada, el mejor entrenador que ha tenido el Real. Y así podríamos seguir hasta realizar un gran ensayo que formase parte de la infamia deportiva, si tal cosa mereciese la pena.
Aunque este artículo se intitula “exégesis”, resulta muy difícil plasmar una explicación de los motivos reales de tal comportamiento, no por habitual menos exasperante. Algunos mantienen que tiene que ver con el sistema de venta de abonos, que premia a personas de cierta edad y mal acostumbradas, con un nivel de exigencia alto; pero eso no casa del todo con lo descrito (aunque es innegable que el público de Champions, más joven y con menos euroabonos, es mucho más animoso, pero quizás simplemente por la
propia edad) y olvida la emergente figura del pipero externo al que hacía referencia más arriba, del que hay ejemplos en cualquier tramo de edad y entorno madridista.
Sea como fuere, el pipero había guardado unos mínimos de decencia hasta la fecha; pero se han traspasado todas las barreras con respecto a CR7. No voy a repetir aquí sus espectaculares números, por conocidos y por extensos, ni su reconocida capacidad profesional, ni su peculiar entrega en el campo, fruto de su ambición e inconformismo. Actitudes, y aptitudes, todas ellas, especialmente valoradas en el madridismo, incluso entre la especie maldita.
¿Qué ha pasado entonces? Se escucha de todo, en un particular concurso de memeces: que si su rictus no invita a la simpatía (sin comentarios), que si resulta muy individualista y egoísta (no aguanta un mínimo análisis), que si no rinde en los partidos decisivos (autor del gol que ha dado el único título de los últimos años), etc.
Pero la realidad de las cosas es que CR7 es nuestro jugador franquicia, que está entregado como sólo un profesional sabe hacerlo, que recibe las iras de lo más granado del periodismo portavoz de la propaganda culerda (trataré este tema en próximas entregas)… y el piperío se encuentra instalado en la crítica soez, el silencio desagradecido, el murmullo cobarde en vez del aplauso reparador, demostrando que lo suyo es la historia de un sinsentido.
Acabo de leer a mi idolatrado Di Stéfano que “el público siempre tiene la razón”, pero eso requiere obviar que la verdad no es democrática. Mientras, recuerdo que incluso nuestro presidente de honor hubo de soportar a esta patulea de ingratos, así que tiemblo ante la sola idea de que CR7 se harte y decida ir con su saco de goles a un equipo rival. Entonces… entonces todo seguirá igual, porque sobran girasoles.
Exégesis del piperío: CR7 como síntoma. Escrito por: elSalmantino
2012-01-13T15:25:00-08:00
sergio garcia
Opinion|